domingo, 31 de enero de 2010



¡¡MÁS BELLA QUE NUNCA!!

¡Creedme, ayer la vi, y estaba más bella que nunca! Sé lo que me diréis, que es una historia imposible, que debería quitarla de una vez de mis pensamientos, pero... ¿cómo puedo hacer eso? ¡Si tan sólo la viéseis, si tan sólo pudieseis estar presentes cuando pasea por la calle, con qué gracia se inclina a arreglar su calzado, con qué ensayada sonrisa ilumina el día al niño que la saluda en brazos de sus padres! No soy bueno con las palabras, y aún si lo fuese no podría explicar algo que deberíais ver para saber de qué os hablo...

¡Creedme, ayer la vi, y estaba más bella que nunca! La avenida cobraba vida a medida que nuestro andar se iba aproximando, y tuve la necesidad imperiosa de echar a correr hacia ella, decirle a viva voz lo que hasta ahora sólo he podido decirle con la mirada, con gestos perdidos que quizá ni haya entendido, o esa sea la impresión que quiere transmitirme para que -¡que bien usa sus armas!- redoble mis esfuerzos y mi arrojo para echarme a sus pies y le hable de lo que mi corazón está pasando desde que apareció como cada día en esta avenida donde hoy la espero.

¡Creedme, ayer la vi, y estaba más bella que nunca!... Tarda demasiado, seguro que intenta aparecer más bella todavía, como un nuevo acicate para mi timidez... Me decís que hoy ya no pasará, pero no haré caso, la esperaré en nuestro rincón, como cada día, junto a la tienda de las flores; he reservado un ramo discreto, para que la dueña se lo entregue como un regalo, y nadie se de cuenta de quién es el verdadero admirador. No insistáis, marchaos si quereis, yo la espero aquí, algo la habrá retenido pero pronto oiré sus pasos sobre la calzada...

¡Creedme, ayer la vi, y estaba más bella que nunca!... Su largo vestido la hacía parecer una princesa, y movia las manos dentro de sus blancos guantes con tal gracia que se diria que de sus dedos nacían sin cesar palomas blancas... Se dirigía hacia mí del brazo de ese afortunado hombre que es su marido, con su triste sonrisa, y los ojos apagados mirando casi constantemente al suelo... al acercarse, bajé mi diario como cada mañana, y tosí suavemente de la forma que suelo hacer cuando ella se acerca... Y fue el sol. Su rostro se iluminó a medida que una tímida sonrisa brotó en sus labios, y sus apagados ojos cobraron vida hasta volver a ser los de la niña que fue un día, nerviosa e ilusionada al soplar las velas de su tarta de cumpleaños... Pero el hombre que la acompañaba notó el cruce de miradas, las pequeñas señales de nuestro platónico encuentro, y apuró el paso de esa forma que sólo un hombre celoso de su patrimonio sabe hacer.

He venido aquí como cada día durante estos treinta años, y ella no volvió. Sí, lo sé, parece una locura, pero cada día deseé que aquella mujer volviese, y quería estar allí para esperarla. No falté cuando la guerra, a despecho de mi propia seguridad, ni cuando la avenida ya no era un lugar seguro para la gente decente del lugar... Ni siquiera cuando la tuberculosis se llevó a tanta gente me dí por vencido, a pesar de las historias que circulaban, y de que cada vez eran más los amigos que iban cayendo. Incluso oí la descripción de una mujer que bien podría haber sido ella, pero ya sabéis cómo son estos casos, todos nos parecen conocidos aunque no lo sean...

Un día volví a verla. Su tez estaba más pálida a la luz de las farolas, y había adelgazado mucho, pero seguía teniendo aquella sonrisa triste y sus ojos estaban más apagados que nunca, e incluso cuando hice sonar mi tos fingida su cara no se iluminó tanto como otras veces... No sé cómo lo hizo, pero aparentaba mucha menos edad que la que debería tener, pues yo a su lado parecia un pobre viejo con un jornal y un ramo de flores; pero lo que más me impactó fue verla sin su marido. De hecho, ultimamente lo he visto pasear sólo, con su elegante traje negro ya gastado por el tiempo, paseando sin levantar la vista, y sin mediar palabra con la gente que lo saludaba cortés por la calle.

No, no os creo... no os creo a vosotros, a la gente que habla con pena de ella, incluso al jornal que hoy me muestra la esquela de su aniversario, ni a la lápida que he ido a visitar con angustia para averiguar la verdad de esta historia... no os creo! ¿os preguntáis todavía por qué?

¡¡Porque ayer he vuelto a estar con ella! ¡Y creedme... ESTABA MÁS BELLA QUE NUNCA!

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