miércoles, 20 de agosto de 2008








Cerró los ojos cuando la vio llegar.

Se había preparado para aquel momento, se había entrenado mentalmente ensayando paso por paso qué decir, qué responder a su saludo, para que pareciese que todo seguía igual, que aquellos días habían pasado en otra vida, a otra persona, no a él. Intentó retroceder a los días en que era feliz tan solo con su llegada, que un día gris se iluminaba ante su sola presencia, aquellos días en que, sin saberlo, se había ido enamorando sin saber, incluso sin querer, de aquella mujer tan dulce, tan fácil de distinguir entre la multitud,-al menos para mí, pensó-... aquellos días que habían desaparecido de repente cuando un desafortunado suceso lo tuvo al borde de la muerte (el amor y la muerte llegan y se van así, sin avisar, como si todo el mundo debiese estar preparado cada segundo de su vida para amar y morir)...

En esos días, tuvo mucho tiempo para pensar. Una de las primeras cosas que aquella mujer le dijo, fue que amaba ocultamente a otro hombre, un hombre aún más inalcanzable que él, que siempre -maldita frase de condena- sería su amigo. Si casi había muerto ya físicamente, ahora algo se rompió en un lugar que no podía precisar bien, pero que notaba como el centro de todos sus sentimientos, la confianza en sí mismo, su capacidad de amar... todo aquello se rompió al oírla decir "otro hombre", "amigo"... cosas ante las que no podía hacer mas que asentir, poner su máscara de "tranquila, lo entiendo y te apoyo" (creía sonar de fondo "the great pretender", de Freddie Mercury...). Todo su mundo se vino abajo, y cayó en una dinámica de tristeza y apatía que quería ocultar inútilmente, que a veces lograba enmascarar en su soledad, hasta que ella llegaba. Entonces, aquella luz que lo había iluminado desde el día que la había conocido, brillaba tímidamente como la sonrisa que tanto echaba de menos, y hacía esfuerzos que habrían levantado montañas, que habrían levantado su vida de nuevo, pero que en estos momentos servían tan sólo para poder responder a un saludo anhelado, para intentar mantener una conversación que a veces no llegaba, o se acababa cuando notaba con tristeza que ella no estaba allí con el, que sus frases eran casi palabras sueltas...

Entonces llegó el golpe final... las ganas de dejarlo todo, de tirar la toalla, la impresión de que la vida ya le había dado todo lo que iba a darle, y que desde ese momento ya todo estaba de más... el puente, la locura, la desesperación... y la muerte, saludando con la mano al igual que antes lo había saludado el amor...

... En ese momento todo pareció correr tanto que se mareó, agarrándose a lo único que podía: Su vida. Intentó cambiar, hablar, reconocer ante otras personas, las que él más estimaba, lo que le pasaba, sincerarse, tanto para eliminar el virus que lo comía por dentro a todas horas, sacándolo del cuerpo, de su vida,... como para tranquilizar a aquellos que insensatamente había preocupado sin quererlo, sobre todo para recuperar lo que había sido antes de aquella fatídica noche, un hombre sencillo, con sus cosas buenas y malas, que había creído que podía enamorarse de nuevo, que todo era como un cuento de hadas que siempre terminaría bien, pero que la vida había cerrado ya ese libro de cuentos de forma brusca, aunque él siguiese empeñado en volver a abrirlo.

Pero recordó, para su salvación, que no sólo existía el amor en el mundo, que había otros sentimientos que podrían ayudarlo a superar el tímido paso adelante que debía dar... y se aferró con más fuerza que nunca a la mujer que había sido objeto de su pasión oculta, de su amor, y agradeció en silencio a algún ser inimaginable que no la hubiese apartado de su lado, que permitiese que la mano que antes habría llevado a su corazón, y aquellos labios que pensó en besar alguna vez, le ofreciesen su apoyo y su ayuda para cerrar la puerta que había dejado atrás, y seguir adelante... en ese momento la palabra amistad empezó a despojarse del tinte de amargura y desesperación que había tenido para él, y se mostró como algo maravilloso, una planta que estaba dispuesto a regar y cuidar cada día para que nunca se marchitase como se había marchitado su corazón.

Y así fue como lo encontré, desesperado, perdido, solo... pero lleno de ganas de seguir adelante, tal como me dijo por aquél entonces. Quise preguntarle su nombre, saber quién era, pero mientras me entregaba una hoja de su puño y letra, una carta para despedirse del mundo en lo alto de un puente -"ahora ya no me hará falta", me dijo-, levantó hacia mí una mirada de una tristeza infinita, acentuada aún más por la sonrisa que, ahora lo sé, empezaba a practicar para decirle al mundo que todo estaba bien, me dijo simplemente "lo fui todo, y no soy nadie"... dándome la espalda, se perdió en la niebla, desapareciendo para siempre. Habría pensado que todo había sido un sueño, de no ser por aquel papel lleno de tristeza que ahora guardo por si alguna vez ese hombre regresa y me habla de su historia, una historia que se repite desde el comienzo de los tiempos.


1 comentario:

Mariem-1- dijo...

Precioso relato amigo. Un besito.