sábado, 16 de agosto de 2008





Ví la muerte en sus ojos; un segundo
bastó para recordar mil y un momentos
y en mis brazos murió, y yo con ella.

El Dios que la creó, que hizo el mundo,
que como ella podía tener cientos,
me la ha quitado. Hoy, murió una estrella.

Ni un sacerdote que la confortase,
ni el postrero "adiós" de sus parientes,
ni el fingido llorar de algún extraño.

...sólo mis brazos, con los que yo jurara
cuidarla hasta morir... sólo mis dientes,
que rechinaron con odio ante tal daño.

Mis ojos se secaron, y mis venas
secaría por ella, hasta la muerte
para evitar momento tan confuso;

Rompieron nuestro abrazo; las cadenas
de nuestra final unión gritaron fuerte...
"¡rápido, un médico!"... "¡Ambulancia!"... ¡ILUSOS!

Nunca sabrá de mi ultimo trabajo;
no revolverá, riendo, entre mis versos
ni mojarán sus lágrimas mi rostro, entre la gente.

no correremos ya juntos, calle abajo,
no dormiré entre su pelo inmerso...
¡no abandona mis sueños, aún ausente!

Y si algún día su recuerdo desfallece
en la sonrisa de otra que no es ella,
no he de olvidarla, sino amarla más, si cabe.

¡Esta mujer, que Dios no se merece,
será mi amor reencarnado, mi doncella,
pues sin su magia mi amor vivir no sabe!.

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